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Ese momento en el que tienes que hablar de precios con un cliente potencial, negociar tu salario o incluso pedir el pago de una factura atrasada… te sudan las manos, te tiembla la voz y, de repente, cada palabra parece equivocada.
Ese momento en el que tienes que hablar de precios con un cliente potencial, negociar tu salario o incluso pedir el pago de una factura atrasada… te sudan las manos, te tiembla la voz y, de repente, cada palabra parece equivocada.
Una de las cuestiones más debatidas en los círculos de desarrollo empresarial es engañosamente sencilla: ¿debe incluir el precio en sus propuestas?
Si no fijas un precio mínimo, los clientes seguirán bajando. El precio mínimo protege tu energía, tu tiempo y tu salud mental. Así lo hacen los profesionales.
Estás hojeando tus correos electrónicos y ves la consulta de un cliente potencial. Tu corazón se acelera de emoción hasta que lees su presupuesto.
Sarah, diseñadora gráfica de talento, tiene una cartera que hace llorar de envidia a otros autónomos. Su perfil de Behance muestra logotipos galardonados, impresionantes identidades de marca y campañas que se han hecho virales.
Es final de mes y, mientras un autónomo comprueba ansioso su cuenta bancaria con la esperanza de que esa factura vencida se liquide por fin, otro ya está planeando cómo invertir su flujo constante de pagos que han llegado justo a tiempo.
Abres tu fiel plantilla de documento de Word, rellenas los datos, lo guardas como PDF, lo adjuntas a un correo electrónico y le das a enviar. Sencillo, ¿verdad?
Acaba de recibir tres propuestas para un proyecto importante. Los tres proveedores pueden ofrecerle lo que necesita. Los precios son competitivos. Los plazos son razonables. ¿Cómo se decide?